La muerte del idealismo

 

Historia sacada de una radio parisina de pequeña audiencia.

 

Cuenta la leyenda que existe un espíritu libre y juguetón que vaga por las ciudades más grandes, en busca de almas ambiciosas, de corazones cansados. Sus ojos son oscuros y su piel blanquecina, sus susurros son embaucadores y su risa vibrante. Sus promesas, tentadoras. Se le conoce como el Demonio de los Mil Deseos.

Nadie, y repetimos, nadie, afirma haber tenido contacto con él. Pero algunos afirman haberlo visto pasear entre la gente, observar tras un árbol o simplemente, haber sentido un aliento tras ellos una noche solitaria cualquiera. Su poder, según cuentan, es terrible: Concede el deseo que más ansíes. Con solo una condición: el deseo durará hasta que el sol vuelva a asomarse al día siguiente. Doloroso, ¿verdad?

 

¿No?

Probémoslo.

Encontró a una niña que paseaba con sus amigas. Llevaba puesta sonrisa melancólica y un vestido de colores azul y blanco e iba mirando sus zapatos negros mientras caminaba. El Demonio se le acercó. Realizó la promesa:

Sé que ansías una familia unida
que no griten noche y día
que no te hagan sentir más dolor
que puedas percibir su amor.

La niña aceptó y el pacto se selló. Llegó a casa y encontró aceptación, respeto. Risas en vez de gritos. Pudo hablar de sus gustos con libertad y los demás se entusiasmaban con ella. Cada uno hablaba con libertad sin juicio ni sentencia. Cenaron, cantaron y hablaron hasta quedarse agotados. Ella guardó en la retina esas imágenes y dejó caer su cuerpo en la cama, abrazada a su peluche.

Mañana siguiente: se asoma al cuarto de sus padres. Madre que llora desconsolada con el maquillaje corrido en la cara y el labio partido, fotografías rajadas y repartidas por el suelo, hermano con música estridente que se niega a salir del cuarto, padre no está , platos tan rotos como la propia familia. Volvió a su cuarto y abrazó al peluche con fuerza. Desde entonces, se despertaba todas las noches con esos recuerdos en la mente, con alguna lágrima de añoranza, con la esperanza de que aquella noche se mantuviese. Salía al pasillo para comprobar si se percibía alguna vibración similar a la felicidad que conoció. No. Todo roto de nuevo. Y ella, rota como su casa, volvía a dormir, abrazada a lo único que la escuchaba y no le gritaba.

¿No es suficiente?

Sigamos.

adan1Un hombre pidió un cuerpo escultural, dinero, fama. Aquella noche, después de que el Demonio de los Mil Deseos tocase su alma, se miró al espejo y, sonriendo, salió de bar en bar, discoteca en discoteca, hotel en hotel. Tanto mujeres como hombres lo miraban con deseo y se le acercaban bailando. Él gastó dinero, risas, emociones, sudor y gemidos. Mordió labios y bebió copas. Saltó de cama en cama, de cuerpo en cuerpo. Para sentirse deseado, gastó su último deseo. Al despertar, ya no había lámparas de araña, ya no había cuerpos desnudos a su lado. No había falsos elogios besándole el oído. Se levantó de su estrecha cama en su cuarto de alquiler y se miró al espejo. Tampoco había ya cuerpo estereotipado. Se dejó caer al suelo y rompió a llorar. Ese ritual frente al espejo lo repetiría hasta el día de su muerte, lamentándose del que le devolvía una mirada acuosa falta de amor propio desde el espejo. Lamentándose de la única persona que lo acompañaría hasta la tumba.

No se vayan. La historia continúa.

Un día, no sabemos cuál, el Demonio de los Mil Deseos estaba en un banco cualquiera de un parque verdoso esperando a su próxima víctima. Mientras tanto, ojeaba la hoja que dejó su última víctima a los pies de la ventana abierta. Lo siento, pero no volveré a casa nunca más. Levantó la cabeza y empezó a buscar con la mirada alguna nube en la que pudiera estar el alma de aquel chaval de ojos tristes.

Entonces, pasó una muchacha. Baja autoestima y nerviosa por la cita que tenía. Iba preciosa y su mente rebosaba deseos y expectativas. Él se acercó.

Te prometo risas, un beso. Te prometo una cama, una rosa, champán. Te prometo caricias y susurros bajos que se deslizan por las sombras del cuarto hasta la vela que ilumina vuestros rostros en un cuarto íntimo de ensueño. Te prometo risas, gemidos, un beso.

Ella lo miró. Sus labios temblaron, sus principios se tambalearon, su inteligencia dudó.

¿Y qué hizo?

Correr.

El Demonio, aquella noche, no trabajó. Espió a la pareja con sus ojos oscuros encendidos como brasas. Nada cuadraba. El ser humano es estúpido, tiene que caer en mis redes.

Cuando la chica volvía a su casa, sonriente, el Demonio de los Mil Deseos se introdujo en su mente y se plantó cara a cara contra los pensamientos de esa joven, dispuesto a abofetearlos si era necesario.

Ella parecía contenta con su noche. No había completado su más oscuros deseos, pero algo la complacía. La sonrisa de él al abrirle la puerta, la queja que soltó cuando ella pagó las bebidas. La comedia que vieron en un pequeño teatro, el roce de sus manos que hizo que el corazón de ella saltase y sus labios temblasen. La despedida: dos besos y “ya hablaremos”, esgrimiendo sonrisas sinceras. Con todo aquello, ella durmió llena de goce. Y, lo más importante, con ilusiones todavía por completar preparadas en un cofre al fondo de su mente. Ilusiones que ella ponía sobre la mesa cada mañana junto al café y por las que ese día, y al día siguiente, lucharía. Esas pequeñas ilusiones que le sacaban sonrisas tímidas cada vez que jugueteaba con ellas. Quién sabe, se solía decir, a lo mejor algún día.

El Demonio de los Mil Deseos se quedó mirando aquella figura menuda pero fuerte de espíritu desde la lejanía, bajo el amparo de su madre la noche.

Al parecer, había humanos que sabían vivir a caballo entre la realidad y los sueños.

 

Fin de la retransmisión.

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