(*Versión narrada al final)
Niña pequeña de ojos enormes, oscuros, ¿qué haces en el mundo
que no te corresponde?
Desde que Lucía aprendió a comunicarse, todo fueron problemas. Su lenguaje, según cuentan sus padres, no era el que acostumbran a usar los otros niños. No gritaba, no lloraba, no balbuceaba siquiera. Ella, con gestos calmados, componía imágenes en papel, en arena, e incluso con los juguetes que tuviese a mano. Sin embargo, sus dibujos no eran muy buenos y a sus padres les costaba entenderla. Hasta que, finalmente, ella encontró la que sería su lengua: la cámara.
Aprendió del idioma de sus padres lo básico para sobrevivir. Todo lo demás, lo que sentía, sus aspiraciones, deseos y odios, quedaba registrado sobre papel fotográfico en letras de luz. Para ella, el abecedario tenía 7 colores que a su vez se combinaban de diferentes maneras para así generar más palabras, que se disponían en fondos de múltiples formatos. De esa manera, Lucía expresaba sentimientos e historias completas. Para ella, quizás, los blancos que hay entre las letras que usted está leyendo ahora mismo tuvieran más información que esas líneas negras y repetitivas que manchan el fondo lleno de luz pálida. Ella leía luces, escribía en fotones.
Una vez, quiso representar la pérdida de su abuelo y el dolor que la recorría por dentro. El día se nubló y ella pintó sus brazos al igual que las nubes ensuciaban el cielo, para así
plasmar en la fotografía el dolor que la traspasaba. Su mano alzada al horizonte, un horizonte encapotado que, sin palabras, decía lo que ella no se atrevía a exteriorizar: una barrera intraspasable y manchada de dolor, esa barrera que es la muerte. Esa experiencia desconocida e inevitable que va de la mano de la vida, su antítesis; esa mujer vestida de negro a la que algunos temen, otros buscan, otros generan, y unos pocos ignoran. Esa imagen provocó una catarsis de modo que, tras algún tiempo, su alma liberó la carga del sufrimiento.
En otra ocasión, quiso inmortalizar a su mejor amiga. Esa a la que le contaba sus problemas como bien podía, aquella que entendía sus peculiaridades y que hacía que la vida tuviera algo de sentido al levantarse y acostarse. Plasmó el preciso momento en el que su risa estallaba en pedazos, sustituyendo el oxígeno con carcajadas tenues y vibrantes que rebotaron contra los árboles. Ese momento que era solo suyo, de las dos, se grabó exactamente igual en la lente de la cámara que en la retina de Lucía.
Esa fotografía, al ser tan especial, acabó pegada tras su puerta, de modo que todos los días, antes de enfrentarse al mundo, recordase que hay alguien que la quiere. Y ahí, de cara al pequeño mundo de Lucía, es como Nicolás vio la fotografía. Este era un amigo de Lucía también. Un día, después de tumbarse ambos en la cama, Nicolás miró la puerta, miró a la chica que estaba inmortalizada sobre el papel y le dijo con voz tenue a la fotógrafa:
-Yo… No sé cómo decirte esto. Me siento bien. Me siento mal. Cada vez que veo su sonrisa es… Miro su foto y me quedo sin palabras. Me pierdo en las comisuras de sus labios. Me viene a la mente el brillo de sus ojos, esos a los que no puedo mirar directamente porque me siento desnudo, como si al mirarla tan directamente ella pudiese leer a través de mis pupilas y llegar a lo más hondo, lo más profundo… donde escondo mis pequeños infiernos y… y pudiese entender cómo me siento respecto a ella. ¡Que ni yo mismo lo entiendo! Sé que lo nuestro es imposible de momento, lo sé, no quiero consuelo. Pero por otra parte no puedo avanzar sin tropezarme con su recuerdo. Disfruto cualquier momento junto a ella, pero no sé cómo actuar. No sé si abrazarla con… con estos abrazos en los que parece que respiras a la otra persona, no sé si me entiendes… O no sé si ser sarcástico, si hacerla reír, si ocultar mis sentimientos o mirarla hasta que ella se de cuenta de que está siendo observada, me devuelva la mirada y yo me ría estúpidamente. Seguro que sabe lo que siento, ¿no? ¿Sabrá que me hace feliz solo con existir? ¿Sabe que agradezco haberla conocido para así tener un tesoro en mi cajón de sueños? ¿Sabe que, aún así, sufro? ¿Y que me alegra? ¿Y que lloro por ella? ¿Y que me río con ella? ¿Y que me salta el corazón con solo imaginármela tumbada junto a mí, con su aroma sobre mi almohada? ¿Sabe que es lo mejor que me ha pasado en mi vida, y que a la vez tengo miedo de que se rompa? ¿Sabe que querer es temer? ¿Sabe ella que amar es triste y precioso a la vez?
Tras un silencio, Lucía lo miró fijamente y después se levantó. Sin mediar palabra, dispuso todo para su plan y Nicolás se dejó hacer. Cuando ya estuvo todo preparado, Lucía le explicó que quería plasmar todo aquello que le había contado. Él respondió: “Qué raro es todo esto… Aunque, bien pensado, mi relación con ella es extraña. El mismo sentimiento es raro.”.
Lucía dejó de mirar un momento por el objetivo, lo miró, y respondió:
-Quizás, “raro” es un eufemismo para lo que no nos atrevemos a verbalizar.
Después, volvió a su mundo de imágenes para plasmar un sentimiento.
Click.
*Versión narrada: