(Versión narrada al final*)
Hoy, como un niño, me he puesto a jugar con los planetas. Me he sentado en la alfombra con las piernas por delante, el tronco inclinado y los recuerdos haciendo temblar mi mirada. Una sonrisa a medio torcer, aunque ojos algo perdidos.
El ruido de los engranajes de mi mente llena el hueco que hay entre los juguetes y las paredes.
Mi planeta y el tuyo, por puro azar universal, acabaron en órbitas muy cercanas. Giraban tanteándose el uno al otro, sacando a relucir sus más bonitas lunas. A mí las tuyas me parecían preciosas. Nos mandábamos mensajes mediante asteroides y naves que, ahora que lo recuerdo, eran bastante inexperimentadas. Los pequeños habitantes de nuestros planetas hacían mapas del planeta vecino, sacaban sus grandes telescopios para analizar y recordar cada centímetro de la otra superficie. Todo un movimiento planetario-social, una revuelta, un fenómeno extendido. Los científicos se asombraban con las cualidades del planeta y afirmaban “¡Pero si esto es imposible!”, aunque más que una afirmación rotunda, era la expresión de una sorpresa más cercana de la alegría que del interés astrológico. Cada uno de tus elementos, cada uno de los fenómenos, de tus tierras, de tus montañas, de tus bosques, incluso diría que de tus desiertos, cada uno de ellos, digo, generaba un interés en toda la población de mi pequeño planeta. Las cámaras monitorizaban una respuesta similar en los habitantes del tuyo, y eso hacía a las masas agitarse aún más en su júbilo.
De hecho, es un secreto a voces que, sin mediar palabra, yo estaba tramando un plan de invadir tu mundo. Más que invadirlo, poblarlo. Todos y cada uno de sus rincones, incluso esos desiertos ya comentados. La decisión fue tomada porque había una pequeña guerra civil en mi mundo y no sería cómodo para ambos vivir en él. Por ello, me llevaría lo mejor de éste y me implantaría en tu mundo. Sin hacer ruido, despacito, con cuidado, con cariño. Como un gato recién nacido que aprende a vivir en una casa de humanos. Como un colono espacial que se tiene que adaptar a las atmósferas del vergel que ha encontrado en un mapa astral.
Pero, sin tú decirme nada, tomaste otro plan. Tu planeta cambió de órbita lentamente. Con lentitud, sí, pero a un ritmo constante en dirección opuesta a la que seguía siendo mi casa, dejando mi nuevo hogar cada vez a más años luz. Envié naves en un intento desesperado de mantener mi plan de vivir tranquilo bajo tus nubes y trabajando tus campos, recorriendo tus caminos y explorando los callejones más oscuros de tus abarrotadas ciudades. Las naves nunca aterrizaron. Se perdieron en el negro universo, y esos pequeños astronautas jamás volvieron a mi planeta.
No es solo que te alejases…. Es que tu planeta se transformó. Desde mis telescopios advertí cómo se transformaba, ya no era una circunferencia tan perfecta, tus habitantes ya no miraban hacia aquí, de hecho, parecían pesarosos y perdidos en su propio mundo. No querían saludar ya a los astrólogos que los observaban, de hecho, ni siquiera querían despedirse. Los científicos estaban igual de desconcertados, aunque afirmaban que, seguramente, acabaría llegando a alguna otra órbita y ahí se asentaría. Aún así, mostraban su preocupación de que ese planeta que había sido tan maravilloso, se perdiese en el oscuro, infinito y frío universo.
Por su parte, mi mundo sufrió una plaga de insomnio que se propagó como pólvora y que producía una herida trasversal en el pecho como síntoma principal, aunque tenía otros más, como ansiedad transitoria, aislamiento temporal o una histeria mas o menos periódica que quería aparentar ser una euforia de alegría.
Yo, por mi parte, me he quedado jugando con mis planetas, naves y juguetes en mi cuarto. De vez en cuando echo una mirada a la maleta que tenía preparada para embarcarme en el viaje espacial. Aún no la he deshecho.
Tarareo la canción que pretendía poner al montarme en el cohete y sigo jugando con mis juguetes, algo enfurruñado.
*Versión Narrada: